Ya en verano comencé a leer Los estigmas de Eva, de Isabel Prescolí, ganadora del I Premio Internacional de Novela Lesbiana convocado por Ellas Editorial. Entonces ya hice un apunte
aquí sobre esos primeros párrafos leídos.
Un libro no se entiende sin el momento en el que lo hemos leído o sin las circunstancias que nos han llevado a él. En este caso, yo llegué a
Los estigmas... gracias a Ellas Editorial, que desde el principio, no me canso de decirlo, me sorprendió por la calidad literaria de su primera novela publicada,
Efecto retrovisor de Thais Morales. Fui a la presentación de
Los estigmas... y conocí a la autora y a su madre, una señora que me recordó mucho a la mía, y que me contaba maravillas de su hija, no como escritora (ella no había leído entonces el libro, no sé si ahora lo habrá hecho) sino como persona. No sé si ya iba influida por estas palabras de la orgullosa madre, pero al conocer a la hija, y autora del libro, me cayó muy bien, me pareció una persona centrada en su labor literaria (que tiene que combinar con mil labores más), nada pretenciosa y abierta a la crítica constructiva.
Me fui de viaje y olvidé el libro recién empezado en casa, así que no pude completar su lectura hasta hace un par de semanas cuando he vuelto aquí. Curiosamente, antes de leerlo yo, lo leyó una amiga que vino de visita y que lo empezó y lo terminó en la misma mañana (se levantó muy pronto, lo vio en la estantería, se puso a leerlo y ya no pudo soltarlo hasta que llegó a la última página -tuvimos que comer más tarde para que ella terminara la lectura-). Después, por la tarde, estuvimos hablando de varias cosas y como no, del amor, de las personas que se cruzan en nuestra vida, de si estarán ahí siempre, de si existen de verdad estas pasiones que duran toda una vida... y ella me decía que el libro la había dejado pensando en todo esto, y que quería que yo lo leyera para comentarlo.
Lo leí cuando ella ya se había ido, pero tuve que llamarla a mitad de la lectura:
Yo: Estoy en la peor parte, cuando ellas se conocen...
Ella: Sí, eso es lo peor...
(silencio)
Ella: ¿Tú crees que hay una única persona y sólo una?
Yo: Quiero pensar que hay más de una, que somos personas diferentes en cada época de nuestra vida y que por lo tanto nuestras cerraduras y las llaves que las abren y las cierran van cambiando...
Y a pesar de que quiero pensar así, el libro me dejó pensando, removiendo recuerdos muy diversos, no sólo los referentes a esa historia de amor, sino que también me tocó especialmente la descripción del psiquiátrico y de sus pacientes (hace mucho, durante una semana de fiestas en la ciudad que a nosotros se nos hizo interminable a alguien muy cercano a mí le tocó estar en la planta séptima del hospital, "Sección: Psiquiatría"), y la manera en que la autora va desdibujando los límites entre locura y cordura en el caso de la protagonista Helena, haciéndonos además partícipes de su secreto: el MIV.
En cuanto a la narración, tengo que decir que a ratos se me hizo demasiado pesada, con un uso excesivo de adjetivos y explicaciones que realmente no aportaban mucho, salvo el continuo alarde de los conocimientos no tanto de la autora, sino de la misma protagonista, que se recrea en párrafos sobre ópera o sobre vinos que a veces desaceleran el ritmo narrativo, y en los que en mi opinión, no hacía falta detenerse tanto. En estos puntos la protagonista, Helena, llegaba a parecerme realmente pretenciosa, y terminaba cayéndome un poco mal, aunque luego le salvaba que ella misma reconocía ser consciente de su falta de humildad y le salvaba también su capacidad de sacrificio y su determinación hasta lograr sus objetivos (por no decir que desde el principio resulta una mujer fascinante con su mundo de secretos por desentrañar).
Me hubiera gustado, también, encontrar en el libro más páginas sobre Itsaso, que a pesar de ser la persona que remueve todo el mundo de Helena, en el libro es sólo un personaje secundario, frente a la presencia de Esther, la psiquiatra, y de Helena, la paciente. De todas formas, entiendo que la construcción de la novela está basada en estos dos personajes, especialmente en el de Helena, ya que Esther al final no es más que dos ojos que la observan igual que la observamos nosotros, y que nos ofrecen su punto de vista para sentirla más cercana.
En fin, puesto que me dejó pensando, y que removió recuerdos, recomiendo la lectura de Isabel Prescolí, de quien además me he quedado con ganas de leer
Ácidos de naranja y limón, libro por lo visto difícil de conseguir, pero no del todo imposible gracias a Bookcrossing (red de intercambio de libros sobre la que tengo que escribir en otro momento).