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viernes, agosto 20, 2004

Una tarde de Julio

Ainara López se estrena en Iguazú con esta historia sobre un encuentro casual entre dos mujeres.

Una tarde de julio

En ese momento me encontré contigo.
No alcanzo a recordar el nombre de la calle, la posición exacta de la mesa de aquella terraza en la que parecías esperarme. No puedo afirmar con seguridad si me fijé en ti o me elegiste. Pero puedo recordar como si fuera hoy que apagaste un cigarrillo mientras sostenías mi mirada, que cruzaste las piernas desafiándome y que el color de tu vestido era azul como tus ojos.

Contra las sombras de los edificios de la acera de enfrente el recorte de tu silueta surgió como de un sueño. Hube de entornar los ojos para no perderme. No parecías real. No debías serlo. Me miraste como si lo hicieras por primera vez. Supe entonces que no me habías reconocido. Aún no estabas preparada. Pero yo sabía de nosotras, por eso alargué la mano y te invité a sentarte.

Tú no querías dominarme, me lo dijiste cuando, mirándome directamente a los ojos, me pediste un lugar donde pasar la noche. No querías volver a casa dijiste. Deja que me pierda contigo, recuerdo que también lo dijiste. Y yo te cogí la mano sin saber porqué y sin saber porqué te sonreí.

Cruzaste la carretera despacio. Segura. Eras poderosa por lo consciente de tu debilidad. Y aunque pasaría mucho tiempo antes de estar preparada para canalizar tu fuerza, yo intuí en aquel momento que acabarías abandonándome.

No esperaba nada de aquel encuentro. Bajaste la mirada y yo pedí algo de beber. Querías construir conmigo un universo de silencios para refugiarnos del ruido que nos rodeaba y yo te dije que podíamos intentarlo. Toda la conversación era una absoluta locura que no nos conduciría a ninguna parte; pero allí sentada, en la terraza de una calle cualquiera, un día en que no sabía cómo emplear la tarde, me pareció que perderla contigo era lo mejor que podía hacer con mi tiempo.

Te sentaste a mi lado. La distancia que debió separarnos no existía. Tú me dijiste que no tenías nada que ofrecerme, yo te contesté que había dejado de esperar. Y así en un cruce de la vida, nos encontramos.

Decidimos no hablar de nosotras, inventar nombres en los que reconocernos por primera vez, mentir si la ocasión lo requería, nacer de nuevo para un encuentro casual una tarde de julio.

Me pareció bien no saber quién eras. No tener dónde buscarte. No tener dónde acudir si en adelante te echaba de menos. Uno no puede confiar su suerte a un extraño. La vida cotidiana debe quedar al margen.

Sin promesas dijiste, evitando usar cualquier tiempo verbal que no fuera presente. Y a mí me pareció bien.

Beber nos ayudó a no tener vergüenza. Encadenábamos frases que nos conducían hacia una conversación en la que nos reconocimos como en un espejo. Poco a poco abandonamos tu frivolidad y mi recelo para encontrarnos en aquellas palabras que nos devolvían la certeza de que la casualidad no existe.

Me perdí con la vida que se te escapaba de las manos, con una sonrisa contagiosa cargada de lágrimas, con esa clase de felicidad fingida que me hacía sentirte cerca. Y me deje llevar porque anochecía, porque el tráfico ya no molestaba y en la terraza no quedaba una mesa libre. Me hundí en la profundidad de unos ojos que cambiaban de color a medida que avanzaba la noche. Esto debe de ser el paraíso, me dije. Todo lo que había salido a buscar aquella tarde en que no pude quedarme en casa se encontraba frente en mí, al otro lado de una mesa cualquiera en una calle sin nombre. Me mirabas como quien mira un cuadro, con la curiosidad de un niño y la necesidad de un náufrago.

Y yo empecé a imaginar lo que podía ser quererte. Tú jugabas con una servilleta, ausente.

Me sedujo tu particular modo de observarme. Hablabas sin parar y me mirabas. A veces lo hacías de reojo como esperando que yo hubiese desaparecido; otras, alzabas los ojos por encima de la copa y te encontrabas conmigo. Calladas, regresábamos sobre las razones que llevan a dos mujeres a citarse en un bar. Recuerdo que estabas morena, que llevabas el pelo recogido y una falda larga. Me preguntaba como sería despertar todas las mañanas a tu lado. Quise que me abrazaras enseguida, estaba nerviosa y lo sabías, jugaba con la servilleta intentando distraer tu atención.

Me gustas mucho te dije inesperadamente. La servilleta cayó al suelo y tú sonreíste. Lo esperabas supongo. Complacida llamaste al camarero pidiendo la cuenta. Tenía prisa por salir de allí. Quería dejar de refugiarme en las palabras. Había desaparecido el miedo. La mesa que nos separaba era demasiado grande, necesitaba salvar la distancia y recorrerte la piel despacio. Y tú habías decidido seguirme en esta especie de aventura a la que me habías invitado unas horas antes.

Estabas muy hermosa. Ser sincera te sentaba bien. Y quise saber más de ti. Derrumbarte. O derrumbarme. O que nos derrumbáramos juntas. Si conocer la verdadera naturaleza de alguien te da poder, entonces yo lo quería, no para destruirte sino para poseerte. Deseaba ver como caían los muros de tu artificio y esperarte al otro lado de tu particular campo de batalla. Sabía que todavía no confiabas en mí pero también sabía que lo estabas intentando.

Caminamos con la urgencia del que acaba de descubrir que se hace tarde. Las calles se vaciaban. El calor disminuía. En un momento dado me rozaste tímidamente los dedos. Te miré en silencio y me volviste la cara. Te daba vergüenza. No querías hablar de ello.

Me asusté. Porque esperaba tu rechazo y a ti no parecía importarte. Te hubiera mirado pero sabía que me esperabas con la seguridad del que asume un riesgo.

Entraste primero en el ascensor. Hasta ese momento no me había fijado en tu espalda. Estabas delgada. Bajo aquella piel que apenas había tocado el sol adivinaba trazos de una historia. Quería recorrerte la columna con el dedo índice hasta llegar a la nuca, besarte lentamente en los hombros, hacer que te abandonaras a un abrazo inesperado que te dejaría indefensa.

Me adelanté a tus deseos. Podía verte a través del espejo. Me apoyé en ti dejándome hacer y tú que parecías tenerlo todo bajo control sólo alcanzaste a abrazarme. Sentía tu respiración, con la mandíbula a la altura del cuello me rozabas la mejilla. No quise darme la vuelta. Aún no estaba preparada. Cuando cerraste los brazos en torno a mí supe que todo estaba por hacer. Habíamos abandonado las palabras en las que nos refugiábamos, un silencio terapéutico nos invitaba a la dejadez.

Encontré la repuesta en la sutileza de tus gestos. Eras una mujer exquisita, con esa clase de elegancia natural que resulta provocadora. La puerta de mi casa se cerró tras nosotras. Teníamos toda la noche por delante.

jueves, agosto 12, 2004

Kamasutra

Marta Audera, como siempre, genial en este breve relato. Recomiendo leer el resto de sus relatos y pequeñas piezas teatrales en la sección Relato de www.revistaiguazu.com. En mi opinión ella es la mejor colaboradora de Iguazú (el resto también son buenos, pero Marta ha publicado en Iguazú desde el número 6, cuando conocí a su hermana Ruth en Inglaterra, y desde entonces tengo debilidad por sus textos).

Kamasutra

Pasé toda la tarde y toda la noche buscando a Andrea. Tenía que encontrarla pronto. Había comprado una caja enorme de chocolate y unos zapatos plateados del número treinta y ocho. Iba a pedirle que nos fuéramos a vivir muy lejos, juntos, solos, daba igual a dónde. Andrea, Andrea, Andrea.

Debían de ser ya las nueve cuando pasé por casa de su madre para que me ayudara a encontrarla. Llamé al telefonillo y bajó con zapatillas de osos y un chándal azul. Entró en el coche. No paró de hablar durante al menos veinte minutos, y no, no nos habíamos enfadado, aún no hemos colgado las cortinas de la sala y vamos a ir el domingo a comer, o a cenar. Dimos vueltas por toda la ciudad; fuimos a su trabajo, no había ido hoy: fuimos al parque, fuimos al bar donde nos vemos la noche de los viernes, fuimos a casa de su amiga Julia, tampoco la había visto y no, no nos habíamos enfadado, y sí, le rocé el culo y la llamaré un día cuando Andrea esté de guardia, creo que su madre se dio cuenta. Andrea, Andrea, Andrea. Tenía que encontrarla, se iba a derretir el chocolate, íbamos a perder el avión, ¿a dónde? No sé, a donde ella quiera. Donde tú quieras amor. Y su madre que no paraba de hablar. Pasamos por la calle de las putas, despacito, aquí no va a estar hijo, lo sé, lo sé, déjame. Me dolía la cabeza. Y sí, puede que nos hubiéramos enfadado un poco, ella demasiado.

Solté a la madre enfrente del portal y bajé para tomarme otro whisky. En el bar guardé los chocolates bajo el abrigo, balanceé los pies que me colgaban del taburete y regalé los zapatos plateados a la camarera Lucy. Le quedaban pequeños, tenía los pies grandes y muy suaves. Volví al coche, tenía que encontrarla.

Abrí el maletero y vi a Andrea, ¿nos vamos amor?, moví su cabeza, asintiendo. Le metí un chocolate en la boca. Nos fuimos esa misma noche, lejos.

Querida gente variada

Este texto me lo envió por email mi amiga Inés desde Madrid el mismo 11-M, por la noche. Me gustó tanto que lo reenvié a todos mis amigos. Más tarde lo publiqué también en Iguazú, en el dossier que dedicamos al 11-M y que podéis leer en la sección Luz Vigía en www.revistaiguazu.com:


Querida gente variada:

Sólo un abrazo desde una ciudad que amaneció gris. No me tocaba estar aquí hoy sino el domingo (para votar) pero me vine de Barcelona antes de tiempo y hoy he visto un Madrid diferente. La gente se miraba, se respetaba, se cedía el paso. Se abrazaban y lloraban por gente que no conocían de nada; desconocían su identidad, nacionalidad e ideología pero lloraban a mares. Los coches, estacionados y con las radios puestas, acogían a gente en su interior que también lloraba. No había tráfico, solo ambulancias. Amigos de Atocha me contaban cómo por la mañana habían encontrado una mano huérfana en su portal, lloraban también. Aquellos trenes llevaban gente trabajadora de diferentes procedencias, también viajaban estudiantes. No venían precisamente de zonas ricas peninsulares. Y perdieron vidas, brazos, piernas, y rostros.

Me escapé a donar sangre y no pude dar ni una gota, en dos horas se recogió toda la necesaria para este día en el que se había derramado tanta. Y vi lo único esperanzador del día: gente de todo tipo se agolpaba en torno al bus/unidad móvil, gente de todas las edades, gente de todos los colores, hablando diferentes lenguas, en sandalias o con bufanda, con planos de Madrid o con estetoscopios, hablaban compartiendo dolor y tragedia, y todos ellos formaban pacientemente una única cola, sonreían tímidamente o analizaban la jornada frotándose los ojos sin dar crédito aún. Lo que quiero decir es que hoy he mirado cara a cara a mi verdadera ideología: la no frontera. ¿Quién se cree capaz de delimitar un espacio, un territorio, una vida? Para colmo, me topo en la radio con el tipo del bigote que "nos" representa y que, a partir de hoy, se frota las manos pensando en su maldita "mayoría absoluta" y, así, se "nos" dirigía consternado el presidente, diciendo que hoy se ha atentado contra la gente por el mero hecho de ser "españoles" ¿Españoles? Qué pretende este hombre, apropiarse identidades, ideologías, votos?! Hoy han muerto más de 190 personas, se ha herido a unas 1400, y ha sufrido todo el mundo. Que no me jodan con "españoles!" Llevo años quejándome del odio a "Madrid" cuando se quiere decir "PP" "gobierno" o "política imperialista o centralista". De Madrid somos todos. El PP es solo del PP (o de aquellos que apoyan invasión y guerra "fuera" pero se asombran del terrorismo en casa). Yo nací en Madrid pero no seré nunca esa "española" a la que él se refiere. Hoy no han muerto "españoles," han muerto mujeres y hombres plurales y variados, y antes de tiempo.

Perdón que exprese mis ideas abiertamente, cada uno tendréis las vuestras (he ahí la riqueza!) Mis palabras de utopía para tirar adelante: pluralismo y no a las fronteras (según el diccionario: "líneas imaginarias"...). Federalismo, diálogo, comprensión, amistad, igualdad, estatutos, apertura, tolerancia, pueblo de pueblos... Un abrazo enorme a todos los que han perdido a alguien además de la alegría. Gracias a todos los que habéis llamado y escrito. Y perdón por el desahogo. Se os quiere a todos, en todas las lenguas y colores y de todas las formas.

Besos-Petons-Muxus-Biquiños.

-Inés

Un sueño en común

Milagros Romero escribe desde Nicaragua este texto sobre la labor de un grupo de religiosas, las MMB (Mercedarias Misioneras de Bérriz), una labor que tiene mucho más de liberación social que de religiosidad, y que se hace imprescindible en los lugares más desfavorecidos. No son simples "monjitas", son mujeres fuertes y valientes que luchan por transformar la realidad que les rodea. En la sección Luz Vigía de Iguazú se puede leer el dossier completo dedicado a Nicaragua y Guatemala. Mi hermano ha trabajado con las MMB en Nicaragua, yo las he conocido allí, y aunque yo nunca he estado vinculada a su grupo ni soy especialmente religiosa, reconozco que todo lo que hacen es sin duda admirable, y que su apuesta realmente es por los más pobres, alejadas de la ostentosidad y la cerrazón mental de otra parte de la Iglesia.

Un sueño en común

“Si existe la posibilidad de un futuro sin violencia,
este futuro está en las manos de las mujeres.”
Mahatma Ghandi

Después de cinco años con las Mercedarias Misioneras de Bérriz, estoy convencida de que las mujeres estamos siendo, cada vez más, anuncio de liberación para el mundo, especialmente para las mayorías de empobrecid@s. Centroamérica es una de las regiones donde la realidad está plagada de pobreza y es víctima de las políticas desiguales provenientes de los países ricos.

Sin embargo, ahí donde parece que las esperanzas son escasas y el dolor, el pan de cada día, es donde renacen los sueños y la utopía femenina. Allá en un lugar llamado El Viejo, ubicado en el occidente de un país rico en recursos naturales y paradójicamente el segundo más pobre de Latinoamérica; allá en El Viejo, un pueblo de Nicaragua, un grupo de mujeres llevan a cabo una misión por la VIDA.

Las Mercedarias Misioneras de Bérriz, antes de ser religiosas son mujeres que han llegado a descubrir que desde el fango y la miseria los desafíos son más evidentes y desde ahí están llamadas a compartir la vida con los hombres y mujeres del mundo.
Así es la misión que llevan a cabo en El Viejo, una misión compartida con el pueblo en las distintas áreas en las que trabajan, nacida de una realidad especialmente difícil, y por lo tanto liberadora.

Cuando se habla de liberación muy pocas veces se asocia esta idea a religiosas; no obstante el carisma mercedario está fundamentado en esa teología de la opción por l@s más pobres (Teología de la Liberación) que busca lograr un mundo más equitativo y liberar al pueblo de la opresión empoderándole para que éste sea capaz de luchar por sus derechos fundamentales.

El proyecto mercedario trasciende lo puramente religioso porque el mundo necesita seres humanos comprometidos con los grandes sueños, no importa el credo ni las ideologías, no importan las diferencias cuando la lucha es común, cuando el ideal de liberación es el mismo.

Es por esto por lo que el trabajo misionero en El Viejo es pastoral y social. La Fundación Amigos de Holanda (FAH), coordinada por las MMB y receptora de la colaboración de trabajadores/as de Holanda, alberga un sinnúmero de proyectos como becas estudiantiles a jóvenes de escasos recursos y un taller juvenil de serigrafía, entre otros.

También la FAH impulsa iniciativas en las áreas de salud y agropecuaria, dirigidas a la población campesina, ya que es la que sufre las mayores dificultades cuando se trata de empleos y servicios básicos. Por otro lado, en Casa Esperanza un grupo de mujeres con capacidades diferentes realizan trabajos manuales (postales pintadas artesanalmente y bordados) con el fin de autogestionarse económicamente.

El Centro Recreativo es un espacio deportivo para la juventud viejana, en el que reciben formación un grupo de líderes juveniles, chaval@s que animan a otr@s a incluirse en los diferentes deportes que se practican en el recinto y a tener un proyecto de vida lejos del mundo de las pandillas y la delicuencia.

Estos proyectos son apenas la punta del iceberg de todo lo que a lo largo de muchos años de misión las mercedarias han realizado en El Viejo. Todos se llevan a cabo con la colaboración y coordinación con distintos organismos no gubernamentales; el trabajo en redes y el sueño de una sociedad unida contra las esclavitudes de hoy son ejes del carisma mercedario.

Los grupos juveniles constituyen una esperanza en medio de un ambiente cargado de tradicionalismo social y religioso, donde el rol de la mujer se resume a ser vista de manera utilitarista y como un símbolo sexual. De aquí la necesidad de formar a la juventud con un ideal de vida diferente y alternativo, una visión integral e integradora que lleve a las personas a ser sujetos de su propia vida.

Los temas de formación están compuestos por propuestas que van desde autoestima hasta política, sexualidad, libre comercio, entre otros que tienen como objetivo crear una conciencia crítica en l@s jóvenes.

Otra iniciativa en la cual estas mujeres son pioneras es el laicado MMB, un grupo de personas, la mayoría jóvenes, que desde su realidad trabajan llevando el carisma como una forma de vida, liberando desde sus espacios a aquell@s que son más débiles. Los laicos piensan su entorno con la lógica de la solidaridad y se unen en la conciencia y esperanza común de que, a pesar de todo, un mundo diverso y nuevo está germinando a nuestro alrededor.

El mundo de las religiosas no es otro, es este mismo mundo oprimido, adolorido por las guerras injustas, devastación ecológica, inconciencia social, consumismo, “política internacional” y más imperialismo... y que sin embargo puede/debe ser cambiado.

El Mundo, América Latina, Centroamérica, Nicaragua, El Viejo no necesitan personas santas, necesitan personas que luchen por la vida, que opten por la vida, que digan sí a la creación de otro mundo posible, sean religiosas mercedarias, musulmanas, ateas o agnósticas. La misión mercedaria es un esfuerzo y un ejemplo más de que la solidaridad es una necesidad que nos une a tod@s.

Sueño que se sueña solo puede ser pura ilusión,
sueño que se sueña juntos es señal de solución.
Hélder Cámara

*La autora es estudiante de Comunicación de la UCA (Universidad Centroamericana) y laica MMB.

La belleza y el horror en Djuna Barnes

No me gusta nada destacar mis propios textos, pero no me resisto a dar a conocer a esta autora, cuyo libro "El bosque de la noche" fue y es una de mis referencias vitales. Quizás si lo leyera ahora no lo sentiría de la misma manera, pero en el momento en que lo leí fue un libro me dio la vuelta por completo y me enfrentó a mi particular "noche". No es un libro fácil, reconozco que los dos primeros capítulos los leí con dificultad, y de no haber leído antes la biografía de Djuna Barnes y de no haber sabido que "El bosque de la noche" era en parte autobiográfico, creo que no habría continuado. Pero entonces llegaron los siguientes capítulos, luminosos, sublimes, oscuros y brillantes al mismo tiempo, con frases lapidarias en las que era imposible no detenerse para paladearlas, y supe que había un antes y un después de ese libro.

Creo que mi artículo podría ser mejor, pero ahí va como aperitivo para quien quiera luego adentrarse en las páginas de esta autora.

La belleza y el horror en Djuna Barnes

"Das belleza al horror, ese es tu mayor talento", le decía a Djuna su amiga Emily Coleman. Tenía razón. Imagino a Djuna Barnes alcoholizada, escribiendo el libro con los dientes y los puños apretados, "golpeándose el corazón con la cabeza". Todo para condensar la pasión, el odio y el desengaño en palabras que atravesaran el tiempo. "Djuna Barnes ha descubierto su propio dolor, lo ha identificado y le ha dado una palmada en el hombro", afirmaba T.S. Eliot, quien se encargó del prólogo de la obra.

El bosque de la noche es una obra que tiene mucho de autobiografía y todos los personajes se identifican con personas que rodearon a la escritora. Ella misma es Nora Flood, la protagonista del libro, y queda definida por el doctor O'Connor, oscuro y lúcido personaje, (imagen de su amigo Dan Mahoney) como "una buena persona, incapaz de poner fin a nada, porque te pueden derribar, pero tú seguirás arrastrándote siempre, mientras sirva de algo".

El doctor O'Connor/Dan Mahoney le dice a Nora Flood/Djuna Barnes : "Al final todos los hombres mueren de ese veneno que se llama "corazón en la boca". Tú llevas el tuyo en la mano. Guárdalo". El bosque de la noche es un libro en el que ese veneno se transforma en palabras y que, sobre todo, trata del lado oscuro de las personas, de las transformaciones que la noche produce en ellas : "Cada día está pensado y calculado, pero la noche no está premeditada... La noche ¡cuidado con esa puerta oscura!... La noche hace algo con la identidad de la persona, aunque duerma".

El libro es también una historia de amor imposible : "Sólo lo imposible dura siempre ; con el tiempo se hace accesible. El amor de Robin y mi amor fue siempre imposible y, amándonos, ya no amamos. Sin embargo, nos amamos la una a la otra mortalmente".

El gran amor de Djuna Barnes fue Thelma Wood, Robin Vote en la novela : "La gente se sentía violenta cuando ella les dirigía la palabra, enfrentados a una catástrofe que aún no había comenzado". Se conocieron en los años veinte en París, cuando Djuna tenía 30 años y Thelma 19. Antes de convivir con Djuna, Thelma había sido amante de la fotógrafa Berenice Abbot. Mucho más tarde, Djuna comentaría con ironía esa circunstancia : "Yo le di a Berenice la e y ella me dio a Thelma. No sé cuál de las dos salió ganando".

Esta singular pareja convivió durante ocho años en una auténtica relación de amor-odio. "¿Lesbiana ? Nunca, sólo amé a Thelma Wood", declaraba la escritora, o también : "Yo amo a las personas, no al género al que pertenecen". Djuna exigía a Thelma una fidelidad que ésta nunca le prometió. Muchas veces salía a buscarla por todos los bares de la ciudad y otras muchas, como dice en la novela, "tenía que verla deseando marcharse y quedándose". Fue entonces cuando Djuna comenzó a beber.

Pero el carácter de Djuna tampoco era fácil. A veces relacionarse con ella era imposible, se volvía insoportable e insultaba a todos aquellos que la rodeaban. De estos insultos no se libraba ni siquiera Peggy Guggenheim, heredera de una gran fortuna tras la muerte de su padre en el hundimiento del Titanic, amiga y mecenas de la escritora, a quien asignó una pensión.

En 1933, cuando comenzó a escribir El bosque de la noche Djuna ya había soportado el adiós de Ernst Hanfstaengl, llamado Putzi, el hombre al que más había amado, el abandono de su gran pasión, Thelma Wood, y la ruptura con el escritor Charles Henri Ford, 18 años menor que ella. Se cuenta que él le dedicó un libro de poemas, y que ella añadió a la dedicatoria : "Se menciona la palabra cabello diecisiete veces en treinta poemas". La relación estaba condenada al fracaso; como le dijo a Djuna su amigo Mahoney : "Eres el árbol destinado a permanecer solo".

En 1936, al publicarse la novela, Djuna Barnes estaba totalmente alcoholizada. Tres años después intentó suicidarse, estando en Londres, y tuvo que ser ingresada en varias ocasiones a causa de sus crisis nerviosas. Peggy Guggenheim la embarcó hacia Nueva York, donde su familia decidió ingresarla en un sanatorio, lo que Djuna no perdonó jamás.

Del deseo de venganza surgió en 1958 la obra de teatro The Antiphon. "Escribí La Antífona con los dientes apretados y me di cuenta de que lo que escribía era tan salvaje como un puñal". En la obra un personaje pregunta : "¿Por qué no nos quieres ya ?", y otro contesta : "La pregunta es por qué os quiero".

Durante su vida, tanto en París como en nueva York, Djuna, gracias a su profesión de periodista, conoció y frecuentó a las principales figuras artísticas y literarias de su época, desde James Joyce (que le regaló las pruebas de imprenta del Ulises) hasta Charles Chaplin, Marcel Duchamp, Gertrude Stein, Ezra Pound, Samuel Beckett o Ernest Hemingway. Sus impresiones sobre estos personajes se encuentran recogidas en el volumen Perfiles.

Djuna Barnes vivió hasta una semana después de cumplir los noventa años. Nunca perdió su sarcasmo y si le preguntaban por su salud contestaba : "Desmoronándome bien, gracias". Con el tiempo se fue encerrando cada vez más en sí misma y no permitía que nadie la visitara, ni hombres ni mujeres, pero especialmente mujeres. No consintió que la visitara la escritora Carson McCullers (autora de El corazón es un cazador solitario). Djuna consideraba que las mujeres eran malas escritoras, y que en toda la historia de la Literatura sólo había habido dos buenas escritoras : Emily Brontë y ella.

Con El bosque de la noche nos aproximamos a una imagen extraña del mundo y de las personas, pero, a fin de cuentas, como se afirma en el libro, una imagen no es más que "un alto que hace la mente entre dos incertidumbres". Una obra que nos aparta y nos acerca a la vida : "Hay que estar un poco apartado de la vida para conocer la vida, la vida oscura, vislumbrada confusamente".

Para más información sobre Djuna Barnes:

- La pasión, la noche y el bosque de Djuna Barnes, por María José Obiol en Babelia, El País, 25 de octubre de 1997
- Djuna Barnes, Philip Herring, Circe, 1997
- El bosque de la noche, Djuna Barnes, Seix Barral, 1992
- El vertedero, Djuna Barnes, Seix Barral
- Humo, Djuna Barnes, Anagrama, 1989
- Perfiles, Djuna Barnes, Anagrama, 1987
- Nueva York, Djuna Barnes, Mondadori, 1989

Carmen Martín Gaite desde la ventana

Leí en internet este texto de Iñaki Torre Fika y me emocionó el cariño con el que estaba escrito. Me hizo recordar otra vez mi truncada historia con esta escritora, a quien estuve a punto de conocer, con quien llegué a cartearme, que me llamó por teléfono una vez, pero cuya llamada nunca recibí, ya que se perdió por culpa de un malentendido. Siempre sentí que ella tenía algunas de las respuestas que yo estaba buscando. Cuando murió sentí que un desamparo violento caía sobre mí, el desamparo de lo que ya no podrá ser. He vuelto a leerla no hace mucho, y encuentro cierto consuelo en poder volver a ella a través de sus libros. Y sin embargo siento que una parte de mi destino se quedó sin cumplir, y que ahora el camino a seguir es mucho más difícil. Ella misma lo explica en un pequeño texto en "Cuadernos de todo", al hablar de la muerte de un amigo:

In memoriam

En la gente viva uno cree, se empeña en tener esperanza, aunque sepa que se engaña. Cree uno que habrá tiempo para entenderse, que tiempo es lo que sobra, y lo va dejando un día para otro, el hablar. Por eso te escribo a ti aunque no me oyes. Porque pienso que si me sirve de pretexto (imaginando todo lo que irremediablemente nos quedó por hablar) y dado que sólo esa desesperación me mueve a comprender lo efímero de mis posibilidades para con los demás, ya es algo si, aunque tú no me oigas, a través de ti, por causa de ti me oyen los demás y les puedo decier alguna de las cosas que ma ha desvelado la tragedia de tu desaparición.


En la sección Literatura de Iguazú , podréis leer el dossier completo dedicado a esta autora.


Carmen Martín Gaite desde la ventana
por Iñaki Torre

Desde la ventanita que ilustra la solapa de Lo raro es vivir, Carmen Martín Gaite tiene la mirada soñadora, y contempla seguramente un cielo raso de ilusiones y de sombras en el que ahora vive, con las maletas todavía sin deshacer y estorbando junto a la puerta. Aparece tocada con su sempiterna boina, y su pelo hermoso, tierno y nevado le cae indolente sobre los hombros. Estremece pensar que estos días, tras el mazazo de su fallecimiento, asomen y vean la luz tantas y tantas fotografías suyas, tan reticente como fue a dejarse retratar en actos públicos, enemiga acerba del boato y los chismorreos. Cuando menos, mientras hojeo y pongo orden a tantos papeles descabalados -recortes de periódico, necrológicas, artículos de opinión-, la luz del flexo llueve indefectiblemente sobre todas estas ventanitas radiantes de sonrisas a flor de labio y en los ojos.

Carmen Martín Gaite fue una mujer sencillamente alegre, pese a las tristezas y desiertos que tuvo que atravesar. El mayor, el más cruel y feroz, la muerte de su única hija, Marta, a quien dedicó, in mortem, una de sus más bellas y emotivas novelas: La Reina de las Nieves. Con su espíritu dicharachero y vivaz, dueña de un castellano envidiable, de una prosa que oscilaba entre lo poético, lo narrativo y lo conversacional, supo captar mejor que ninguno de sus compañeros de generación la lengua popular, el hablar cotidiano cuajado de refranes, de hipocorismos, de vida natural y auténtica. Eso es lo que exudan cada uno de sus textos: Entre visillos, Nubosidad variable, Irse de casa. Trabajadora incansable, su obra se me antoja un árbol frondoso, donde cada rama -la soledad, la frustración, la búsqueda de interlocutor, las ganas de vivir- se cubre de miles de hojas: aquí y allí florecen novelas, cuentos, ensayos, columnas, artículos, poemas. De improviso, ese árbol ha sido talado y las hojas han caído al suelo con estrépito insoportable. Desperdigadas, es ahora el momento de recogerlas y de intentar recomponerlo para que así no estrangule sus frutos, no se restañe su savia.

Asomémonos entonces a las ventanas de sus páginas. Hace poco, paseando por su Salamanca natal, pisando nuevamente la Plaza de los Bandos, me abrigó la certeza de que esas ventanas jamás cerrarían sus hojas porque en cada libro, lo mismo que en las fotografías, Carmen nos repartirá alegría y vida con su sonrisa de luz.


Notas bio-bibliográficas
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(por Iñaki Torre)

Carmen Martín Gaite (Salamanca, 1925 - Madrid, 2000) es autora de una amplia obra narrativa de extraordinaria calidad, iniciada en 1954 con El balneario (premio Café Gijón de relatos). Cultivó todos los géneros con idéntico éxito. Su trayectoria literaria aparece jalonada de galardones y es una de las escritoras españolas más traducidas.

Ha obtenido, entre otros premios, el Nadal, el Nacional de Literatura, el Anagrama de Ensayo, el Príncipe de Asturias de las Letras y el Castilla y León de las Letras. En 1994 fue galardonada con el Premio Nacional de las Letras. Debe destacarse igualmente su labor como traductora, y se ha ocupado de autores como Flaubert, Perrault, Eça de Queiroz, Virginia Woolf, Natalia Ginzburgz, C. S. Lewis o las hermanas Brontë. Ha escrito asimismo guiones para televisión: Santa Teresa de Jesús y Celia, basado en las novelas de Elena Fortún.

Algunas recomendaciones de lectura entre su amplia obra, podrían ser las siguientes: Entre visillos, Barcelona, Destino, 1958; Retahílas, Barcelona, Destino, 1974; Nubosidad variable, Barcelona, Anagrama, 1992; La Reina de las Nieves, Barcelona, Anagrama, 1994; Lo raro es vivir, Barcelona, Anagrama, 1996; Cuéntame, Madrid, Espasa Calpe, 2000. [Recopilación de ensayos y cuentos]; El proceso de Macanaz: historia de un empapelamiento, Barcelona, Destino, 1970; El cuento de nunca acabar, Barcelona, Anagrama, 1983; Desde la ventana (Enfoque femenino de la literatura española), Madrid, Espasa Calpe,1987.

Jeanette Winterson: Que se abrasen las miradas

Begoña Sarriás está presente en Iguazú desde el número 9, tanto con textos como con ilustraciones. Leyó un ejemplar en la universidad, se animó a contactarnos y desde entonces, con nuestros más y nuestros menos, no hemos perdido la relación. En persona nos habíamos visto una vez. Años después vino a pasar unos días a mi casa de Barcelona, cuando regresaba de Estados Unidos. Me pareció la misma persona encantadora y un poco tímida que se volcó en su día con este proyecto. Ahora sigue en Estados Unidos, dando clases. No hace mucho me envió un sobre desde allí con diversos detallitos que me alegraron las navidades. También ella es una de esas personas por las que merece la pena hacer Iguazú. Este artículo me gusta especialmente porque está escrito en lo que yo llamaría el "estilo Iguazú". No pretende ser objetivo ni pretencioso, sólo dar a conocer una lectura que nos ha entusiasmado en un momento dado, y darla a conocer con un punto de vista abierto y nada prejuicioso.

Jeanette Winterson: Que se abrasen las miradas

Now Romeo is beloved and loves again,
Alike bewitched by the charm of looks…
But passion lends them power, time means, to meet,
Tempering extremities with extreme sweet."
(Romeo and Juliet. Act II. W. Shakespeare. 1593)





Hubo un escritor inglés que hablaba del amor. Varios siglos después, hay otra escritora también nacida en la tierra de los anglos hablando de lo mismo, que no viene de más en estos tiempos de guerra. Después de leer algunos de sus libros, me gustaría que todos aprendieran de ella como yo lo he hecho. Al menos así me lo ha parecido.

De su vida personal sé muy poco y no he leído toda su obra. Jeanette Winterson se encuentra en las estanterías de literatura lésbica. Y siguiendo con las etiquetas y encasillamientos de las enciclopedias de literatura, se la puede encontrar en las páginas del postmodernismo cumpliendo con estas características y con las otras de más allá y bla, bla, bla. Algunas de sus obras más conocidas son: Sexing the Cherry (1990), Written on the Body (1992) y Gut Symmetries (2000).

Una sola mirada a las novelas de esta autora (nacida en Lancashire, 1959) es como leerse por dentro. Tiene una increíble precisión para atrapar los sentimientos y hacerlos físicos palabra a palabra. No sé si se trata de lenguaje poético, pero en muy poco espacio consigue transmitir sensaciones y pensamientos que a todos nos han recorrido por dentro. Cuando una relampagosa sensación nos ha impactado, queremos describirla, pero nos preguntamos: ¿cómo? Ella lo consigue, y muchas veces con chispeante humor infantil. Sus diálogos son cortos pero llenos de significado. Intercala cuentos fantásticos, sobre todo los referidos a la Edad Media con caballeros artúricos y princesas. Utiliza repeticiones y metáforas. El amor es un tesoro, su búsqueda un viaje, y su defensor, un héroe como sacado de tiempos lejanos. El descubrimiento de la propia identidad es un largo camino que nunca termina. Mientras tanto, ¡cuántos disfraces nos iremos probando por el camino!

En mi opinión, ella se filtra y gotea a través de sus narradores. Si unta sus personajes en la autobiografía o si se trata sólo de coincidencias, eso ya no lo sé. Ella fue una huérfana adoptada por un matrimonio protestante, como la protagonista de su obra Oranges Are Not the Only Fruti (1985), que se tradujo al español como Fruta Prohibida (Salvat. Barcelona.1995):

"Tengo una teoría según la cual cada vez que haces una elección importante, la parte de ti que se queda continúa la otra vida que podrías haber vivido. Las emanaciones de algunas personas son muy potentes y otras se crean nuevamente a sí mismas fuera de su propio cuerpo... Cabe la posibilidad de que yo no esté aquí, de que todas las partes de mi ser que bordearon todas las elecciones que hice y que no hice se rocen fugazmente... Regresar después de mucho tiempo enloquece porque a los que dejaste no les gusta pensar que has cambiado, te tratan como siempre lo hicieron y te acusan de ser indiferente cuando sólo eres diferente..."

El arte de elegir lo empezamos a practicar desde muy pequeños. Esta novelista, sitúa la elección en el mismo terreno que el riesgo y la seguridad, la vida y la muerte, la felicidad y el desamor. Y la poderosa imaginación. Según la autora, el cuerpo no puede ir por el espacio ni el tiempo, pero sí la mente; se pueden utilizar las historias para viajar a otro lugar que todavía no existe: el futuro.

Todos estos temas aparecen en el último libro que he leído de ella The Power Book (Vintage. London. 2000):

"We are our own oral history. A living memoir of time. Time is into our bodies. We contain it. Not only time past and time future, but time without end. We think of ourselves as close and finite, when we are multiple and infinite… Life flowing smoothly over memory and history, the past returning or not, depending on the tide."

El eje central de estas páginas es el tratamiento del amor. En el caso de Jeanette es un amor lésbico. Pero no me preocupa si se habla ya de un amor homosexual, heterosexual o bisexual. Me atrevo a incluir incluso el amor hemisexual, ¿por qué no?, creo que todos hemos sido hemisexuales alguna vez, antes que nada más; antes de que haya otra parte por ahí que nos haga sentir completos, que nos dé la felicidad que produce vernos identificados (sin disfraces), la parte necesaria para terminar la pintura de un ser humano. Acaso antes de eso sólo seamos esbozos, esquemas de una idea que falta por desarrollar, a la que hay que ponerle un título y darle vida propia.
Para esta escritora el amor existe y hay que buscarlo. Esto supone un riesgo que, por supuesto, hay que correr sin miedo. Es un viaje hacia la felicidad que nunca va a suponer nada negativo, y si así lo fuera, la pena y la tristeza habrían merecido la pena. La vida no es un juego, pero el juego forma parte de la vida porque el riesgo está ahí en algún lugar, en el momento en el que encontramos el amor. En la novela The Passion (Penguin. London. 1987) es donde más claramente se lee este mensaje:

"You play, you win, you play, you lose. You play.
The end of every game is an anti-climax. What you thought you would feel you don´t feel, what you thought was so important isn´t any more. It´s the game that´s exiciting.
And if you win?
There´s no such thing as a limited victory. You must protect what you have won. You must take it seriously."

De este modo sólo cuando arriesgas es cuando realmente valoras. Esto supone una constante lucha entre el cuerpo y la mente, entre lo que se debe y lo que no, entre qué-quiero y qué-tengo y qué-puedo y qué-siento.

Siempre hay una brisa de optimismo en estos libros porque para la autora, el mundo está siempre comenzando de nuevo, lo que se va acumulando del pasado no puede detener el mundo; en cada nuevo día hay nuevas oportunidades. Lo único que se rechaza en el amor es la cobardía, la falta de valor para buscarlo. La felicidad o emoción o alegría, el chispacillo que sentimos cuando el afecto nos abraza, sólo llega cuando hemos apostado todo por la otra persona. La mayor pena no es el hecho de no encontrar la felicidad, sino encontrarla en lo que ya es pasado.

El amor es apasionado y nada sosegado porque ha supuesto una lucha, un esfuerzo:

"It is not easy, this love, but only the imposible is worth the effort... So when you ask me why I cannot love you more calmy, I answer that to love you calmy, is not to love you at all." (The Power Book)

Es imposible eludir el contenido erótico de estas obras. Ni tampoco se puede dejar a un lado su enfoque lésbico. A mí me gusta el ánimo con el que defiende la búsqueda del tesoro. Encontrar esa joya es encontrarse a sí mismo, como si fuera un espejo de nuestra identidad. Este mensaje me llega a través de sus páginas, y bien se podría aplicar a todas las personas, tanto si son homosexuales como si no.

Con tantas guerras, bombas y desastres, a fin de cuentas, lo que verdaderamente queda es el amor. Jeanette Winterson deja una puerta abierta para que salgamos a buscarlo. Y yo añado que es el único fuego que debería arder, así como Shakespeare describía que Romeo se abrasaba en las miradas de Julieta. Para mí, ésta sí es una lucha con sentido. Lo que verdaderamente importa, es haber ardido en otra mirada.

Entrevista a Isabel Allende

En su día, tuve mi época fan de Isabel Allende. Quería conocerla en persona para comprobar si era como parecía en sus libros. Me enteré de que iba a dar una rueda de prensa en Bilbao, y allí fuimos Arantxa Martín Prieto (inolvidable Arantxa) y yo, emocionadas y nerviosas, dispuestas a pedirle una entrevista. Nos la concedió con total naturalidad. Nos pareció una persona muy sencilla y accesible, a quien se notaba a gusto conversando con nosotras, mucho más a gusto que en la pesada rueda de prensa en la que se le notaba el tono de obligación. Se sentó con nosotras en un pequeño sofá, pequeñita como es ella, y así acurrucada nos habló como si nos conociera de siempre. Cuando le pedimos su dirección para enviarle un Iguazú (que entonces eran todavía cuatro fotocopias) agarró nuestra libreta y la apuntó ella misma. Le enviamos un Iguazú, y nos contestó de su puño y letra, en una postal artesanal preciosa. Entonces me pareció lógico que nos contestara, pero si ahora lo pienso, me parece increíble que un personaje público como ella que recibiría cientos de cartas y tendría miles de compromisos se tomara el tiempo de contestar a dos desconocidas. No sé cómo será la Isabel Allende de ahora, pero la de entonces, la que yo conocí, sorprendía por su sencillez y naturalidad, estaba muy lejana a cualquier artificio, y aunque después ya no he seguido leyéndola, me quedo con esa imagen y ese recuerdo.

Entrevista a Isabel Allende

Bilbao, septiembre de 1997


A menudo imaginaba cómo sería la mujer capaz de transmitir mediante palabras tantos sentimientos y colores, tanta calidez y dureza, tanto sentir latino en cada una de sus páginas.

Dibujé a Isabel Allende cogiendo lo más puro de cada uno de sus personajes. Otorgué a mi creación la sensibilidad y la abstracción de Clara, la valentía de Blanca y el idealismo de Alba. Añadí unas pizcas de la imaginación de Eva Luna y del exotismo de los personajes que surgían de sus cuentos. Aderecé mi creación con todo el arraigo y la unión familiar extraída de Paula, y con la dureza amortiguada de la vida de los personajes de su Plan Infinito.

Refiné mi esencia pasándola por el tamiz de la sensualidad, el deseo y la excitación de Afrodita, y de toda esta mezcla resultó un espíritu puro y libre, más cerca de un hada o una ninfa que de un ser humano, pero con un soplo inmenso y desbordante de vida. Esta era mi Isabel Allende, la mujer que transmitía en cada frase esa forma intensa de sentir y de apreciar la realidad, esa manera tan especial de ver los detalles y las cosas más sencillas de la vida.

Pero una mañana aquella creación se hizo palpable. Mi esencia se derramó sobre un cuerpo y unos ojos. Mi Isabel Allende tomó vida y cuerpo.

No recuerdo la hora, nunca he tenido memoria para los números, pero sí recuerdo que llovía. Llegamos al Hotel Ercilla media hora antes de lo indicado. Algo bullía en mi interior. No quise llamarlo nervios, era algo más, un presentimiento, un sueño a punto de cumplirse.

Apareció en un remolino, vestida de morado, flanqueada por torres trajeadas que resguardaban su pequeña figura cargada de inusual belleza.

Isabel Allende llegaba a Bilbao con la intención de presentar su último libro, Afrodita, un libro de recetas, cuentos e historias con poder afrodisiaco. Una obra que según la escritora es un disparate, un caos organizado. No sólo cumplió su objetivo, además, sin darse cuenta, hizo posible uno de mis mayores deseos, mirar aquellos ojos que tantas veces había imaginado.

A estas alturas de mi relato no tendré ya que decir que soy una enamorada de los relatos de Isabel Allende, que tras descubrir una tarde "La casa de los espíritus" no pude desengancharme de ese realismo mágico que la escritora chilena dibuja en cada novela.

Tras la rueda de prensa de rigor, conseguimos hablar con ella un ratito, unos eternos minutos. Sólo unas preguntas, unos granos de arena en el desierto, porque podría pasar horas y horas con esta mujer sin que el tiempo me rozara siquiera.

Descubrí así que aquella idea que yo (y como yo, tantos otros) había extraído de sus libros no era sólo una idealización. Es así , es mágica, es humana y siente, y llora, y está cansada, como todas, pero desprende calor y colores. Le miré a los ojos y ella no me esquivó, como lo hacen otras personas, puede ser porque ya nos conocíamos a pesar de no habernos visto nunca. Hablamos sobre su familia, fuente de inspiración en sus novelas. Sobre el amor, que, según la escritora, es el mayor afrodisiaco. Sobre espíritus como Paula, que son incorpóreos pero pesan en el recuerdo de Isabel Allende.

En fin, creo que aquellos minutos son los mejor aprovechados de mi vida, porque como un espíritu de sus obras, Isabel Allende y ese día siempre pesaran en mi recuerdo. Un abrazo y una promesa es lo que me queda de la escritora, la promesa de seguir sintiendo y gozando, de seguir cumpliendo deseos que pensaba imposibles.

Isabel Allende apuntó en un papelito su dirección de Sausalito en California. Prometimos mandarle un ejemplar de nuestra revista Iguazú. Lo haremos.

No sé si nos recordará, espero que aquellas muchachas que la miraban absortas una mañana lluviosa en un hotel de Bilbao puedan inspirar algún día a uno de los personajes de su novelas. La ilusión de las jóvenes y la vida que aún nos queda por vivir son capaces de hacer correr ríos de tinta... y de emociones.



Lo que nos dijo:

Sobre sus personajes:
La mayor parte de los personajes que aparecen en mis libros son reales, por supuesto están novelados, pero son reales en el sentido de que están basados en algunas personas que conozco o que he conocido. La mayor parte de los personajes de La casa de los espíritus son de mi familia, con una familia como la mía no hay que inventar nada, todo está dado. Cuando escribo muchas veces, si necesito un personaje para una situación determinada, busco una persona que se parezca y que me sirva en la novela. Yo soy una persona como todos con muchos prejuicios y no quiero que mis personajes sean acartonados, con todo lo que yo creo que el personaje debe ser, sino con la realidad, y la gente real es muy contradictoria, tiene muchos lados distintos, no son claramente cortados en una sola dirección, tú no puedes definir una persona con cuatro adjetivos, todo son matices y esos matices me resulta mucho más fácil darlos cuando conozco al modelo humano que me va a servir para los protagonistas.



Sobre el personaje de Clara:
El personaje de Clara de La casa de los espíritus es mi abuela ; una abuela que se murió cuando yo era muy niña, muchas de las cosas que yo sé de mi abuela son cosas que me han contado y que yo creo que están exageradas, porque el cuento cuando se repite muchas veces va adquiriendo una personalidad propia. Pero esa abuela, inventada o no, me ha servido para la vida, es como un espíritu benefactor que me acompaña siempre y que vuelve y vuelve en mis libros, en todos ellos hay algún personaje con algunos matices más o menos que se parece a Clara.



Sobre su destino:
Creo que cuando empecé a escribir ficción, cuando empecé a escribir La casa de los espíritus algo cambió en mí, yo no sabía si ese libro se iba a publicar, no sabía si era un libro, pensé que era una carta para mi abuelo, pero nada más sentarme a crear ese mundo personal de la novela donde uno es como un dios (uno hace las novelas, uno elige lo que van a decir, uno elige lo que van a hacer los personajes), eso le dio un vuelco completo a mi vida y comprendí que yo había nacido para eso. No supe siempre que iba a ser escritora, lo supe cuando comencé a escribir ; si siempre lo hubiera sabido tal vez hubiera tratado de escribir antes, pero tenía yo casi 40 años cuando comencé a escribir, entonces de demoré mucho es encontrar eso, porque no sabía que era eso lo que yo buscaba. Siempre me moví en la periferia de la literatura, teatro, periodismo , documentales, incluso cuentos para niños, pero sin atreverme a decir "yo quiero ser escritora", porque me parecía como muy pretencioso.



Sobre su generación:
Yo me crié en un ambiente en el cual las mujeres debíamos ser madres, esposas y si trabajábamos era para ayudar al marido en una época de su vida en la que necesitara ayuda, pero nunca pensando en que una misma tenga una profesión, una carrera, un interés personal, mucho menos una cosa creativa, entonces plantearse la escritura parecía tan pretencioso... ; si a los 19 o 20 años hubiera dicho "quiero ser escritora", se habrían reído de mí. No es como la generación de ustedes, que pueden plantearse lo que quieran, la generación mía fue la que hizo el cambio, con el feminismo realmente se salió a la calle por primera vez a trabajar, a ser profesionales, a estudiar y a todo eso... Mi generación vivió tironeada entre estas dos fuerzas, una que era el deseo de realizarse en muchos aspectos y otra que era la cultura en la cual nos habían educado. Una se sentía culpable por dejar la familia. Yo crié a dos hijos, y resultaron muy buenos hijos, pensando que yo era una madre muy mala, que los abandonaba y los dejaba con una empleada o con mi suegra ; mientras tanto me ganaba la vida y tenía como tres trabajos simultaneándose, entonces tratar de compensar y cumplir con todo era muy difícil.



Sobre Paula:
Le hablo a la memoria de los espíritus. No creo yo que aparezcan fantasmas en mi casa, que se va a aparecer Paula flotando en la escalera... no, pero la llevo permanentemente conmigo, la recuerdo permanentemente ; su memoria me es muy útil, Paula es una persona... primero era profesora, era psicóloga, y era una persona con una gran sentido común, diría yo. Cada vez que yo tenía un problema cogía el teléfono y la llamaba a España, vivían allí, y decía "Paula mira lo que pasa..." y ella tenía algún consejo para darme ; ahora no puedo coger el teléfono y llamarla, pero hago el ejercicio de memoria, de pensar "¿qué me habría dicho ella ?" en esa circunstancia, procuro que me acompañe y más o menos eso hago. Es un recuerdo, pero no continuamente, yo sí creo que hay un componente espiritual en todos nosotros que perdura, pero no creo ni en ángeles ni en demonios, ni que cuando yo muera Paula va a estar esperándome al otro lado ; no, yo creo que cuando yo me muera la parte espiritual mía se va a reintegrar a un océano de espiritualidad donde también se ha disuelto el espíritu de Paula, todos vamos a formar parte de eso de donde venimos y es la misma materia prima de todos nosotros, pero no creo que me voy a encontrar con el espíritu individual de Paula. Lo que yo más (transmito al mundo) es el recuerdo de ella ; los 28 años que ella vivió son mucho más importantes que los siglos o la eternidad de su muerte. Por eso el 22 de octubre que es el día de su nacimiento lo celebro mucho más que el seis de diciembre que el día de su muerte ; porque el hecho que nació, que vivió, y que nos dio tanto durante 28 años es mucho más importante que la pérdida.

Escupió un viajero la boca del metro...

Abel E. Cantero se ha convertido en imprescindible en la estructura actual de Iguazú. No sólo por su indudable calidad como poeta, sino por la ilusión que ha puesto en este proyecto. Yo hablo de él como "mi secretario", pero es mucho más que eso. Es un buen amigo y compañero. Una de esas personas a quien conocí gracias a Iguazú y por las que merece la pena seguir con esta revista. Alguien que prefiere ceder la página donde ya estaba maquetado su poema a otro autor en el que él cree. La mejor muestra de que a los que de verdad creemos en Iguazú nos gusta muy poco mirarnos el ombligo.

Escupió un viajero la boca del metro... (publipoema)


Escupió un viajero la boca del metro

observó la noche tendida sobre los edificios
suspiró
miró atrás, a un lado, al otro
y preguntó ¿cuál es mi sitio?

Siguió la estela de aquella diosa
que pisaba el pavimento de periódicos atrasados
y recortado al final de la avenida que nunca se acerca
halló un segmento de horizonte

Lo recogió en sus brazos se sonrió agradecido
pensó entonces que ya tenía dentro para siempre
por los siglos de los siglos hasta el fondo de su existencia
el mapa con todos los caminos.

ser contado

Gus Jiménez es un personaje curioso a quien sólo conozco en letra impresa en la pantalla. Un personaje que ha decidido llamarme Rita en vez de Nuria y cuyos emails me llegan de tanto en tanto, como mensajes imposibles. Su colaboración con Iguazú es relativamente reciente, pero tras leer el mucho material que me ha pasado, creo que le voy a dar un puesto fijo junto a Marta Audera. En la web de momento sólo tenemos dos textos suyos, éste y "llover su vida", que también recomiendo leer, en la sección relato de Iguazú. Dentro de poco prometo colgar algún texto más.

ser contado

un hombre rodeado de cristal. que teme a la vida y la rodea de cristal, por todas partes cristal... si temes algo en esta vida, si hay algo que de verdad quieres pero temes a la vez, ponle un cristal delante. entre los dos. transparente. salvador. poder acercarse hasta casi tocarlo. sabiendo que se está a salvo. proteger sin aprisionar.

nada brillante. sólo nostalgia de baricco y sensaciones que se mezclan. no tienes que buscarle al cristal ninguna explicación para/con nosotros. no la hay. hoy al menos no. otro día se verá. los trenes siempre se cruzan lejos, donde nadie pueda verlos. así pasará. venía a escribirte por el placer de escribirte. y de hablarte. así, a lo lejos, como dos trenes que se cruzan. conversación muda. algunas cosas venía a decir. dijiste que cuando quedábamos luego pasabas día y medio sin poder hacer nada (buruari bueltak ematen dizkiotelako) y siempre he querido saber qué vueltas son esas. quizás tengan que ver con las que estas últimas veces, sin haber quedado realmente pero habiéndonos compartido, vengo dándole a mi cabeza entre encuentro y encuentro. las mías traen consigo falta de concentración. ausencia injustificada de la misma. aunque quizás tus vueltas sean otras.

como los trenes, nos cruzamos a intervalos. escogidos. después de cada encuentro, hasta el siguiente, ir recorriendo el rastro que vamos dejando juntos. a pedazos, devueltos a la memoria con la incertidumbre de los recuerdos.

algún que otro temor podría narrarte. a veces la sensación de: alguien que está soñando con el proyecto de una mansión cuando no tiene más que el presupuesto para un garaje; qué ocurriría si llegara ese momento? ver que se estaba sobrestimando el dinero con fantasías... (símil factory).

venía a contarte por el placer de esribirte. y de hablarte. así, a lo lejos como dos trenes que se cruzan. conversación muda. música. se puede ser el pistolero más rápido del lugar y cagarse en los pantalones cada vez que se desenfunda un arma. si hay algo que quieres pero le tienes miedo basta con colocar un cristal en medio. podrás acercarte muchísimo. pero entonces me acercaría a un cristal. no a eso que tanto quiero.

a veces resulta difícil distinguir entre las irrompibles canicas y las inciertas bochas de cristal. ahí está la magia. realmente no creo saber hacerla. solo me gusta intentarlo. me ilusiona pensar que los demás ven el truco y no dicen nada. que disfrutan de la magia que hago. aunque no invente nada. podría decirte las cosas como cosas. como fotos. pienso en ti y la incertidumbre me aterra. pero sería como hacer memorizar textos de baricco en la escuela. perdería su esencia.

venía a decirte algunas cosas. algunas he dicho. también venía a decirte, que el viernes aun no sé si iré por la mañana. hay partido. podemos verlo en grupo. también estás tú y me gustaría verte, a solas mejor que en grupo. bada, azterketa berandu xamar ez badaukazu eta nirekin gelditu nahi baduzu, erantzuidazu ostirala baino lehenago. así reorganizo la distribución espacio-temporal de mi existencia en su forma más transportable: mi cuerpo, y hago que éste coincida con el punto exacto en el que el tuyo se encuentre.

a veces se está entrañable...... maldita sea si lo creo

miércoles, agosto 04, 2004

Recetas contra la prisa

Reproduzco a continuación un texto de Carmen Martín Gaite:

Recetas contra la prisa

Tal como está organizado el mundo en que vivimos, es evidente que todo a nuestro alrededor parece gritar al unísono pidiendo urgencia y que muchas cosas resulta materialmente imposible dejar de hacerlas deprisa. Ahora bien, el hacer las cosas deprisa lleva consigo una angustia en el que las hace que impide hacerlas bien, con la atención necesaria.

Ya pocas veces se dice: "lo que voy a hacer es conveniente hacerlo deprisa", como sería lo adecuado, sino: "tengo prisa, tengo mucha prisa". Y este tener prisa ha llegado a ser una sensación casi física, como las de hambre, frío o dolor de muelas. Esto es lo grave, ya que, independientemente de lo deprisa o despacio que haya que hacer las cosas, tiene uno prisa, la tiene siempre, metida en el organismo, donde se ha ido desarrollando como una enfermedad.
La prisa del ambiente, en cuanto resultado de una determinada organización del mundo, podemos llegar a tomarla como inevitable. En cambio, la prisa en cada individuo, la aceleración psicológica que casi permanentemente perturba nuestro actuar es una enfermedad que, como todas, tiene su tratamiento. Sin embargo, el único tratamiento eficaz contra la prisa exige una constancia y una dedicación tan absolutas, que desanimarán a muchos, ya que la gente tiende a cancelar cuestiones y a archivarlas: es decir a olvidarlas.

Pero, dado que la prisa nos amenaza siempre, que se ha propagado de tal modo que alcanza hasta nuestros menores gestos, es natural que la precaución contra ella también continúe: es decir, que no bastará con tener conciencia de unas determinadas normas, equivalentes a píldoras que se toman después de cada comida, sino que habrá que mantener y renovar tal conciencia, porque esas normas nada serían sin la voluntad de aplicarlas a cada instante.
Se trata esencialmente de liberar nuestro pensamiento de la confusión que la prisa produce. Se puede dejar que la prisa invada nuestras piernas, nuestros brazos: que alcance a todos los miembros eficaces para servirla. En cambio, hay que poner a salvo nuestra mente, en cuyo terreno hace la prisa sus verdaderos y más lamentables perjuicios, ya que puede llegar a sustituir al pensamiento. Cuanta más prisa tenemos, menos nos damos cuenta de por qué la tenemos. Se nos acumulan los motivos reales con los imaginarios, los personales con los generales, los remediables con los irremediables, y, desaparecido nuestro raciocinio, quedamos a merced del enemigo mental, que podríamos comparar con un caballo desbocado del cual se pierden las bridas.

"Vísteme despacio, que voy deprisa", dice un refrán español. Lo cual no quiere decir: "deja de vestirme: mándalo todo al diablo, porque al fin ya no llego a tiempo". Sino todo lo contrario: "vísteme con atención, haciendo bien lo que haces, y no pienses en si vamos a llegar a tiempo o no". Parece una paradoja aconsejar reposo, serenidad dentro de la misma prisa, y, sin embargo, es la única forma de darle batalla, la única solución. Y es posible aunque sea difícil.
Muchas veces oímos decir frases como: "yo no tengo tiempo de pensar en nada, no sé de dónde saca la gente tiempo para pensar". Los que así hablan consideran el pensamiento como algo contrapuesto a la vida, incomunicado con ella. Consideran que lo que se hace y lo que se piensa son campos que no se interfieren. Y el tiempo de pensar se va así atrofiando, relegando a pequeños oasis estériles, como un lujo para la gente ociosa o un desahogo momentáneo para los muy ocupados. También éstos a veces, es cierto, leen, piensan o charlan con los amigos, pero estos ratos oficialmente liberados de la prisa se consideran tiempo aislado, infecundo para contribuir a disipar los errores del acelerado vivir cotidiano, el cual se reemprenderá con idéntico vértigo y enajenación. Tanto es así que a este tiempo de pensar se le suele llamar perder el tiempo, porque el hombre se ha hecho esclavo de la prisa y siente como inerte y sin consistencia todo lo que no lleva su marca angustiosa.

El descanso, pues, sólo sirve ya como una escapatoria para contrapesar el vértigo, sin pensar por un momento en que pueda existir el descanso (que en este caso equivale a decir el pensamiento) coexistiendo con lo que se hace, modificándolo, dándole un sentido a cada instante.

Cuanto más se trate de buscar remedios a la prisa a base de estirar las horas del día para crearle compartimentos de escape, más arraigadamente se estará aceptando el imperio de esta misma prisa, más se separarán el tiempo de descansar y el de trabajar, el de pensar, y el de vivir. Y debe tenderse a que estos tiempos se entremezclen lo más posible. Hay que esforzarse para que el juicio sobre lo que se está haciendo presida cada acción y crezca simultáneamente con ella.

Poema: Historia de un amor

HISTORIA DE UN AMOR
(Cristina Peri Rossi)

Para que yo pudiera amarte
los españoles tuvieron que conquistar América
y mis abuelos
huir de Génova en un barco de carga.

Para que yo pudiera amarte
Marx tuvo que escribir El Capital
y Neruda, la Oda a Leningrado.

Para que yo pudiera amarte
en España hubo una guerra civil
y Lorca murió asesinado
después de haber viajado a Nueva York.

Para que yo pudiera amarte
Virgina Woolf tuvo que escribir Orlando
y Charles Darwin viajar al Río de la Plata.

Para que yo pudiera amarte
Catulo se enamoró de Lesbia
y Romeo, de Julieta
Ingrid Bergman filmó Stromboli
y Pasolini, los Cien Días de Saló.

Para que yo pudiera amarte
Lluís Llach tuvo que cantar Els Segadors
y Milva, los poemas de Bertolt Brecht.

Para que yo pudiera amarte
alguien tuvo que plantar un cerezo
en la tapia de tu casa
y Garibaldi pelear en Montevideo.

Para que yo pudiera amarte
las crisálidas se hicieron mariposas
y los generales tomaron el poder.

Para que yo pudiera amarte
tuve que huir en un barco de la ciudad donde nací
y tú resistir a Franco.

Para que nos amáramos, al fin,
ocurrieron todas las cosas de este mundo

y desde que no nos amamos
sólo existe un gran desorden.